Saludo a las autoridades locales y federales presentes, y en particular a los maestros
de la CETEG y de la CNTE que arrancaron estos foros al poder estatal.
de la CETEG y de la CNTE que arrancaron estos foros al poder estatal.
Todos los sistemas proclaman representar la voluntad del pueblo, del soberano. Pero hay dictaduras semánticas, gobiernos autoritarios y no-democracias que llegan al poder
mediante la violencia, la manipulación mediática y/o el fraude, y esgrimen una retórica
avasalladora con eje en la Constitución y el estado de derecho.
Es común que en las fases de crisis hegemónica, de inestabilidad estructural e institucional, la clase dominante siempre recurra al “orden” para garantizar el mantenimiento de las condiciones de reproducción del modo de producción capitalista.
Algunas veces, los amos del poder apelan a gobiernos castrenses bajo cualquiera de sus formas históricas: bonapartismo, dictadura militar, fascismo. Otras, la oligarquía asume directamente el poder; pone al mando a uno de los suyos. Algunas más, como ha venido ocurriendo bajo los gobiernos subordinados al Consenso de Washington neoliberal, fabrica administradores o gerentes para que defiendan sus intereses.
Verbigracia, los cuatro últimos mandamases mexicanos, incluido el actual.
En todas las épocas y en todas las latitudes, la reacción ha apostado siempre al
analfabetismo, a la ignorancia, a las tinieblas. La actual administración de Enrique Peña
no es la excepción. Está convencida de que cuanto menor sea el nivel cultural de las clases populares, menos incentivos hallarán éstas para las luchas reivindicativas, para la rebeldía y la protesta.
En la actual coyuntura, lo que está ocurriendo en Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Michoacán, Morelos y el Distrito Federal, viene a demostrar que una contrarreforma educativa exógena (ya que responde a directivas económicas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), impuesta de manera no democrática por el “Pacto por México”, un acuerdo cupular carente de representación y sin discusión parlamentaria, y vendida mediáticamente como la panacea para mejorar la “calidad” de la enseñanza −pero que rompe con la filosofía humanista e igualitaria del artículo tercero constitucional−, está destinada a generar resistencias y desobediencia civil en defensa de la educación pública. Máxime, cuando se trata de una contrarreforma laboral y administrativa aplicada al sector educativo, ya que está dirigida a cambiar de manera drástica e inconsulta las condiciones de trabajo de los maestros.
Ante tal situación, en abril, la disyuntiva del régimen era negociar o reprimir. El jefe del Ejecutivo dijo entonces que en su contrarreforma educativa no había marcha atrás, que la ley “no se negocia” y que asumía los “costos” del uso de la fuerza contra el magisterio disidente.3 Con lenguaje demagógico y orwelliano −donde dice paz, leer guerra−, ha repetido que “la educación no se privatiza ni se concesiona”.4
Hace dos meses, cuando arreciaban las manifestaciones del magisterio aquí en Guerrero, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio, advirtió a quienes calificó como una minoría de “detractores” que “todo tiene un límite” y que la Policía Federal estaba lista para “entrar en acción”.5 Ergo, amenazó con el uso de la violencia punitiva del Estado. En otro asomo de autoritarismo, el comisionado de Seguridad Pública, Manuel Mondragón, dijo que no iba a tolerar más bloqueos en la Autopista del Sol.6 Y el secretario de Educación Pública, Emilio Chuayffet, insistió que se debía sancionar económicamente a los mentores que realicen protestas callejeras, paros de labores y otras formas de inconformidad, la mano dura, pues.
Como señalaron entonces dirigentes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), el gobierno intentaba administrar el conflicto. Pero también dijeron que los actos de represión no detendrían las movilizaciones. Y si hoy estamos en este foro estatal sobre la “reforma educativa” abierto a la participación social, es porque las protestas de los maestros de Guerrero y del movimiento magisterial democrático nacional enfrentaron con firmeza la unilateralidad del Estado y la intensa campaña de intoxicación mediática promovida por los grandes intereses económicos corporativos privados y políticos, y organizaciones como “Mexicanos primero”, de Azcárraga Jean/Televisa y el junior de Claudio X. González, connotado salinista.
mediante la violencia, la manipulación mediática y/o el fraude, y esgrimen una retórica
avasalladora con eje en la Constitución y el estado de derecho.
Es común que en las fases de crisis hegemónica, de inestabilidad estructural e institucional, la clase dominante siempre recurra al “orden” para garantizar el mantenimiento de las condiciones de reproducción del modo de producción capitalista.
Algunas veces, los amos del poder apelan a gobiernos castrenses bajo cualquiera de sus formas históricas: bonapartismo, dictadura militar, fascismo. Otras, la oligarquía asume directamente el poder; pone al mando a uno de los suyos. Algunas más, como ha venido ocurriendo bajo los gobiernos subordinados al Consenso de Washington neoliberal, fabrica administradores o gerentes para que defiendan sus intereses.
Verbigracia, los cuatro últimos mandamases mexicanos, incluido el actual.
En todas las épocas y en todas las latitudes, la reacción ha apostado siempre al
analfabetismo, a la ignorancia, a las tinieblas. La actual administración de Enrique Peña
no es la excepción. Está convencida de que cuanto menor sea el nivel cultural de las clases populares, menos incentivos hallarán éstas para las luchas reivindicativas, para la rebeldía y la protesta.
En la actual coyuntura, lo que está ocurriendo en Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Michoacán, Morelos y el Distrito Federal, viene a demostrar que una contrarreforma educativa exógena (ya que responde a directivas económicas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), impuesta de manera no democrática por el “Pacto por México”, un acuerdo cupular carente de representación y sin discusión parlamentaria, y vendida mediáticamente como la panacea para mejorar la “calidad” de la enseñanza −pero que rompe con la filosofía humanista e igualitaria del artículo tercero constitucional−, está destinada a generar resistencias y desobediencia civil en defensa de la educación pública. Máxime, cuando se trata de una contrarreforma laboral y administrativa aplicada al sector educativo, ya que está dirigida a cambiar de manera drástica e inconsulta las condiciones de trabajo de los maestros.
Ante tal situación, en abril, la disyuntiva del régimen era negociar o reprimir. El jefe del Ejecutivo dijo entonces que en su contrarreforma educativa no había marcha atrás, que la ley “no se negocia” y que asumía los “costos” del uso de la fuerza contra el magisterio disidente.3 Con lenguaje demagógico y orwelliano −donde dice paz, leer guerra−, ha repetido que “la educación no se privatiza ni se concesiona”.4
Hace dos meses, cuando arreciaban las manifestaciones del magisterio aquí en Guerrero, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio, advirtió a quienes calificó como una minoría de “detractores” que “todo tiene un límite” y que la Policía Federal estaba lista para “entrar en acción”.5 Ergo, amenazó con el uso de la violencia punitiva del Estado. En otro asomo de autoritarismo, el comisionado de Seguridad Pública, Manuel Mondragón, dijo que no iba a tolerar más bloqueos en la Autopista del Sol.6 Y el secretario de Educación Pública, Emilio Chuayffet, insistió que se debía sancionar económicamente a los mentores que realicen protestas callejeras, paros de labores y otras formas de inconformidad, la mano dura, pues.
Como señalaron entonces dirigentes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), el gobierno intentaba administrar el conflicto. Pero también dijeron que los actos de represión no detendrían las movilizaciones. Y si hoy estamos en este foro estatal sobre la “reforma educativa” abierto a la participación social, es porque las protestas de los maestros de Guerrero y del movimiento magisterial democrático nacional enfrentaron con firmeza la unilateralidad del Estado y la intensa campaña de intoxicación mediática promovida por los grandes intereses económicos corporativos privados y políticos, y organizaciones como “Mexicanos primero”, de Azcárraga Jean/Televisa y el junior de Claudio X. González, connotado salinista.
Vale reiterar, sí, que estos foros son una conquista de la movilización de la CETEG, de la CNTE, no una dádiva del gobierno, los legisladores y los partidos.
El problema de fondo es político. En principio, el conflicto tiene que ver con dos proyectos de educación pública, y se da en un marco general de crisis de la enseñanza en
el México de comienzos del siglo XXI. El conflicto exhibe la pugna entre maestros, educadores, científicos, intelectuales, estudiantes, gobernantes, tecno-burócratas y políticos por apropiarse del modelo educativo nacional en todos sus niveles.
Quienes desde el gobierno de Enrique Peña impulsan la contrarreforma educativa
neoliberal en detrimento del artículo tercero constitucional, buscan disciplinar a los normalistas disidentes en función de la ortodoxia educativa uniformadora del llamado Consenso de Washington, según directrices emanadas del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (OCDE).
Quieren refuncionalizar la enseñanza con fines hegemónicos, mercantilistas, empresariales.
Pretenden imponer a toda costa un capitalismo académico y la idea del estudiante−
cliente, y decretar la muerte de la enseñanza primaria, media y universitaria como centros de pensamiento crítico y aprendizaje popular.
Como proceso, la crisis actual comenzó cuando se impuso la hegemonía del eficientísimo
como medida de las actividades humanas, incluida la educativa. Cuando la tecnocracia
fundamentalista predicaba el achicamiento del viejo Estado benefactor y la abdicación de
su rol regulador, en detrimento de todo lo social, incluida su responsabilidad de garantizar
la educación pública, laica y gratuita.
Ante el apotegma setentero de que “no hay maestro cierto ni auténtico si no trabaja por la liberación de los pueblos”,7 uno de los propósitos deliberados del proyecto excluyente neoliberal era (y sigue siendo) que la educación deje de ser un factor de movilidad social. Eran los días de la dictadura del pensamiento único neoliberal y mediante una campaña propagandística manipuladora, cobraba auge la degradación de todo a la perspectiva mercantil. El modelo de mercado y el paradigma socio-técnico inundarían, también, las universidades y la educación primaria y media, para garantizar la “gobernabilidad”. Es decir, para asegurar la dominación y el control. Se gestaba un orden socialdarwinista, donde el hombre es lobo del hombre, al servicio de las plutocracias.
Una educación en función del poder corporativo; del poder del dinero.
Para garantizar esos objetivos, desde comienzos de los años 90 se viene llevando a cabo una verdadera colonización de los discursos y las prácticas de quienes oponen resistencia al modelo de dominación clasista. En forma paralela a las políticas imperiales con eje en la seguridad y la llamada guerra al terrorismo de las administraciones Clinton, Bush Jr. y Obama, se impuso el vocabulario de quienes combaten en el mercado por la mayor ganancia. Un lenguaje empresarial corporativo con eje en la productividad, la competitividad, la excelencia, la calidad, la rendición de cuentas.
Ergo, la rivalidad como nuevo paradigma en detrimento de la cooperación. El egoísmo en vez de la fraternidad. La propuesta del orden dominante fue y es formar personas egoístas en disputa permanente por puestos de trabajo, sin otra recompensa que el dinero. Con una idea subyacente: el retorno al destino (ley natural) o la liquidación de la sociedad por la sociedad misma (Horst Kurnitzky).
Entonces como ahora había que liberar al comercio y a la industria de la tutela y control del Estado. Desregulación y laissez faire fueron las palabras mágicas para una competencia sin obstáculos legales. En ese contexto, el argumento central de las políticas educativas neoliberales fue que los grandes sistemas escolares eran ineficientes, inequitativos y sus productos de baja calidad. La educación pública había “fracasado” y emergió en las universidades y la enseñanza básica y media un discurso funcionalista cargado de atributos técnicos y de un lenguaje organizacional, y medidas que impulsaban la descentralización y la privatización, la flexibilización de la contratación, la piramidalización y la reducción de la planta docente, junto a un fuerte control gubernamental de contenidos y evaluaciones comunes impuestos de manera condicionada por el Banco Mundial, el FMI y la OCDE, como la prueba Enlace, modelo de evaluación centralista estandarizado, arbitrario, burocrático y sin bases pedagógicas, que se utiliza como herramienta de “clasificación de alumnos”, pero sin contexto.8 Es decir, sin tomar en cuenta la naturaleza pluriétnica y multicultural del país y de la educación. Sin tomar en cuenta a los muchos Méxicos que somos.
Las estrategias del conservadurismo educacional imprimieron a los discursos pedagógicos
la tónica de su lógica económica; un modelo educativo que es un facsímil de las reglas del mercado y está basado en la competitividad absoluta entre las instituciones y los individuos. En rigor, la “responsabilidad” de la educación es contribuir a elevar la capacidad de competir en el mercado globalizado. Competir en un mundo desregulado, en el “nuevo capitalismo” basado en el uso intensivo de las tecnologías de la información y la comunicación.
Impuestas de manera vertical y en forma inconsulta, como se pretendía ahora, tales
políticas y mecanismos inspirados en el conductismo, con su sistema de premios y castigos que busca la estratificación y la exclusión, requirieron de medidas autoritarias para sostenerse. Fue en ese marco que de manera perversa se introdujeron en las universidades
y en las enseñanzas media y básica aspiraciones paranoicas de perfección: quien no busca la famosa “excelencia” es tachado de irresponsable, “vándalo”, “analfabeta científico”,9 “terrorista” o “narcoguerrillero”10, como tachó a los maestros de la CETEG, el Durito de Morelos. El efecto es un deterioro profundo de los enunciados dirigidos a enseñar y aprender.
Todo eso ocurrió a partir de la fabricación de un discurso escolar, universitario y pedagógico gubernamental más mediático, que postulaba el fin de las dimensiones histórica e ideológica (Francis Fukuyama), y por lo tanto imaginaria, aplicando directamente a la educación la ecuación costo-beneficio económico. Un discurso mítico, castrador,
disciplinador, autoritario, paralizante, a contramano del generado por una Universidad, unas normales rurales y una escuela popular definidas como centros de desarrollo de
la teoría, la crítica y la práctica transformadoras.
Como resultado de la ofensiva ideológica neoliberal, las instituciones educativas han quedado sujetas a mediciones formales de evaluación de eficiencia similares a las de una empresa; sus profesores, investigadores y maestros sometidos a nociones de productividad y escalas salariales, en tanto que la noción de docencia pasó a estar motivada por su utilidad en el mercado y no en la libertad académica y la autonomía.
Como resultado del mercadeo en las universidades, hubo un retraimiento hacia la división
del trabajo interno, en particular hacia la especialización, y desapareció prácticamente
la crítica, que tendió a ser doctrinaria y falta de alternativas.
La utilización generalizada de la idea de crisis de paradigmas, llevó a un abandono de los modelos analíticos generales y afloró el posmodernismo, con las consecuencias señaladas por Perry Anderson11 (recuperadas por Emir Sader):12 estructuras sin historia, historia sin sujeto, teorías sin verdad, un verdadero suicidio de la teoría y de cualquier intento de explicación racional del mundo y de las relaciones sociales.
Todo ello, en detrimento de un proyecto cultural y de educación pública, laica, gratuita,
científica, humanista, universal; un proyecto alternativo al modelo hegemónico de “excelencia” y comprometido con la sociedad mayoritaria, es decir, la conformada por cientos de miles de maestros, estudiantes y padres de educandos que viven en los estados con mayor pobreza, marginación y violencia, muy lejos de los enclaves de prosperidad urbanizados.
Hoy, ante la ausencia de una idea de sociedad y de vida social civilizada, por ley, según
mandata la Constitución, la escuela pública debería servir para formar mujeres y hombres con compromiso social, cultos, libres, con pensamiento crítico y humanista, y conocimientos científicos y tecnológicos sólidos y actualizados, que contribuyan a construir
una sociedad educada, equitativa y solidaria. Por eso, como dice John Ackerman, “un maestro es más útil que un soldado para fomentar el desarrollo social”.13
Frente a la filosofía del mercado y el socialdarwinismo neoliberal que preconiza el derecho natural al éxito del más apto en un mundo lobo; ante los modelos vitalistas o
biologicistas14 que han propagado, naturalizado y normalizado los atributos del caos, la
violencia y el terror sin límites en una “guerra” cotidiana donde prevalece la ley de la
selva y el hombre es el enemigo del hombre, la propuesta cultural, educativa, científica,
autonómica de los maestros de la CNTE es brindar a los niños y jóvenes un conocimiento
socialmente útil; una formación sólida, amplia, avanzada; dotarlos de capacidad para razonar, criticar, analizar y decodificar los usos y abusos del poder y su propaganda, sus mitos, falacias, tabúes, estereotipos y obsesiones; ayudarlos a forjar una voluntad férrea para trabajar por una sociedad más justa, fraterna, solidaria, diversa, donde todos quepan. Por eso son tan incómodos al sistema la CNTE y la CETEG.
Por lógica, lo anterior se opone a un concepto de escolarización que tiene como único propósito “saber para subir” (Gabriel Said), así como al concepto de educaciónmercancía
que, como señala Domingo Argüelles, brinda “paquetes de conocimiento”,
certificados luego por un título o un diploma como prueba irrefutable de “saber”.15
Con el agravante, de que bajo la tecnocracia gobernante, ya ni los títulos ni los diplomas
sirven para que los estudiantes puedan conseguir trabajo y salir de la pobreza.
En rigor, a la visión eficientista de la educación no les interesa las personas y menos la formación de ciudadanos críticos. Impulsan una “educación domesticadora”
(Paulo Freire), deshumanizada, alienante y tecnocrática que produce personas bien
adiestradas y adoctrinadas para hacer lo que hay que hacer sin originalidad y sin iniciativa.
Pero sobre todo, sin chistar, como en un cuartel. En ese sentido, la escuela y la universidad siguen siendo instrumentos de control social, diseñadas para cerrar el paso a la rebeldía creadora y la búsqueda de alternativas transformadoras.
En una perspectiva histórica, más allá de la dictadura de los “papeles” (de las calificaciones, los créditos, grados académicos, cédulas o títulos profesionales y diplomas),
de procesos meritocráticos y clasistas, y de la búsqueda de certificados burocráticos o comerciales de productividad, calidad, evaluación y eficiencia,16 se trata de formar
jóvenes comprometidos con la verdad, para que puedan contribuir en la práctica a solucionar los problemas de la realidad. No obstante, es frecuente una confusión dañina
entre las funciones de educar y certificar, y la imposición del valor de las certificaciones
sobre el del conocimiento mismo.
El resultado ha sido un grave deterioro de la calidad de la educación y la imposibilidad
de hacer del conocimiento el elemento de cohesión de la comunidad magisterial
y académica.
La educación verdadera, enseñaba Paulo Freire, es praxis, reflexión y acción del hombre
sobre el mundo para transformarlo. En una época de barbarie y caos como la que nos toca
vivir, en que se menosprecia de tantas formas el ministerio de la palabra humana y se
hace de ella, máscara para los opresores y trampa para los oprimidos, educar significa
ruptura, cambio, transformación total. Una sociedad inteligente, más informada y culta,
se deja manipular menos por el poder y tiene más capacidades de autonomía.
Pero nadie dice la palabra solo. Decirla, significa decirla para otros. Por eso la educación
es diálogo. De allí que el uruguayo Julio Barreiro no hablara de una “educación dialogal”, tan opuesta a los esquemas del liberalismo autoritario dominante. A su vez, la tarea de educar es auténticamente humanista en la medida en que procure la integración del individuo a su realidad nacional, regional y local. En la medida en que pierda el miedo a la libertad.
Educar es sinónimo de concientizar. Una concientización entendida como un proceso de liberación o despertar de la conciencia, y no como sinónimo de ideologizar o de proponer consignas, slogans o nuevos esquemas mentales, que le harían pasar al estudiante de una forma de conciencia oprimida a otra. Una auténtica escuela con sentido popular no debe buscar la uniformidad. Por el contrario, debe fomentar la diversidad, la discusión y el diálogo; para eso se garantizan la autonomía y las libertades de cátedra e investigación, no para abrir espacios al adoctrinamiento y la manipulación.
Allí radica, pues, la disputa por la enseñanza básica, media y superior, entre quienes
aspiran profundizar la construcción de una educación y una ciencia liberadoras, emancipatorias, contra-hegemónicas —la educación como práctica de la libertad—, y quienes de manera vertical y autoritaria, con métodos represivos y porriles, manejando la
enseñanza de manera corporativa y burocrática, quieren impulsar una contrarreforma para desmantelar y privatizar la educación pública.
El problema de fondo es político. En principio, el conflicto tiene que ver con dos proyectos de educación pública, y se da en un marco general de crisis de la enseñanza en
el México de comienzos del siglo XXI. El conflicto exhibe la pugna entre maestros, educadores, científicos, intelectuales, estudiantes, gobernantes, tecno-burócratas y políticos por apropiarse del modelo educativo nacional en todos sus niveles.
Quienes desde el gobierno de Enrique Peña impulsan la contrarreforma educativa
neoliberal en detrimento del artículo tercero constitucional, buscan disciplinar a los normalistas disidentes en función de la ortodoxia educativa uniformadora del llamado Consenso de Washington, según directrices emanadas del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (OCDE).
Quieren refuncionalizar la enseñanza con fines hegemónicos, mercantilistas, empresariales.
Pretenden imponer a toda costa un capitalismo académico y la idea del estudiante−
cliente, y decretar la muerte de la enseñanza primaria, media y universitaria como centros de pensamiento crítico y aprendizaje popular.
Como proceso, la crisis actual comenzó cuando se impuso la hegemonía del eficientísimo
como medida de las actividades humanas, incluida la educativa. Cuando la tecnocracia
fundamentalista predicaba el achicamiento del viejo Estado benefactor y la abdicación de
su rol regulador, en detrimento de todo lo social, incluida su responsabilidad de garantizar
la educación pública, laica y gratuita.
Ante el apotegma setentero de que “no hay maestro cierto ni auténtico si no trabaja por la liberación de los pueblos”,7 uno de los propósitos deliberados del proyecto excluyente neoliberal era (y sigue siendo) que la educación deje de ser un factor de movilidad social. Eran los días de la dictadura del pensamiento único neoliberal y mediante una campaña propagandística manipuladora, cobraba auge la degradación de todo a la perspectiva mercantil. El modelo de mercado y el paradigma socio-técnico inundarían, también, las universidades y la educación primaria y media, para garantizar la “gobernabilidad”. Es decir, para asegurar la dominación y el control. Se gestaba un orden socialdarwinista, donde el hombre es lobo del hombre, al servicio de las plutocracias.
Una educación en función del poder corporativo; del poder del dinero.
Para garantizar esos objetivos, desde comienzos de los años 90 se viene llevando a cabo una verdadera colonización de los discursos y las prácticas de quienes oponen resistencia al modelo de dominación clasista. En forma paralela a las políticas imperiales con eje en la seguridad y la llamada guerra al terrorismo de las administraciones Clinton, Bush Jr. y Obama, se impuso el vocabulario de quienes combaten en el mercado por la mayor ganancia. Un lenguaje empresarial corporativo con eje en la productividad, la competitividad, la excelencia, la calidad, la rendición de cuentas.
Ergo, la rivalidad como nuevo paradigma en detrimento de la cooperación. El egoísmo en vez de la fraternidad. La propuesta del orden dominante fue y es formar personas egoístas en disputa permanente por puestos de trabajo, sin otra recompensa que el dinero. Con una idea subyacente: el retorno al destino (ley natural) o la liquidación de la sociedad por la sociedad misma (Horst Kurnitzky).
Entonces como ahora había que liberar al comercio y a la industria de la tutela y control del Estado. Desregulación y laissez faire fueron las palabras mágicas para una competencia sin obstáculos legales. En ese contexto, el argumento central de las políticas educativas neoliberales fue que los grandes sistemas escolares eran ineficientes, inequitativos y sus productos de baja calidad. La educación pública había “fracasado” y emergió en las universidades y la enseñanza básica y media un discurso funcionalista cargado de atributos técnicos y de un lenguaje organizacional, y medidas que impulsaban la descentralización y la privatización, la flexibilización de la contratación, la piramidalización y la reducción de la planta docente, junto a un fuerte control gubernamental de contenidos y evaluaciones comunes impuestos de manera condicionada por el Banco Mundial, el FMI y la OCDE, como la prueba Enlace, modelo de evaluación centralista estandarizado, arbitrario, burocrático y sin bases pedagógicas, que se utiliza como herramienta de “clasificación de alumnos”, pero sin contexto.8 Es decir, sin tomar en cuenta la naturaleza pluriétnica y multicultural del país y de la educación. Sin tomar en cuenta a los muchos Méxicos que somos.
Las estrategias del conservadurismo educacional imprimieron a los discursos pedagógicos
la tónica de su lógica económica; un modelo educativo que es un facsímil de las reglas del mercado y está basado en la competitividad absoluta entre las instituciones y los individuos. En rigor, la “responsabilidad” de la educación es contribuir a elevar la capacidad de competir en el mercado globalizado. Competir en un mundo desregulado, en el “nuevo capitalismo” basado en el uso intensivo de las tecnologías de la información y la comunicación.
Impuestas de manera vertical y en forma inconsulta, como se pretendía ahora, tales
políticas y mecanismos inspirados en el conductismo, con su sistema de premios y castigos que busca la estratificación y la exclusión, requirieron de medidas autoritarias para sostenerse. Fue en ese marco que de manera perversa se introdujeron en las universidades
y en las enseñanzas media y básica aspiraciones paranoicas de perfección: quien no busca la famosa “excelencia” es tachado de irresponsable, “vándalo”, “analfabeta científico”,9 “terrorista” o “narcoguerrillero”10, como tachó a los maestros de la CETEG, el Durito de Morelos. El efecto es un deterioro profundo de los enunciados dirigidos a enseñar y aprender.
Todo eso ocurrió a partir de la fabricación de un discurso escolar, universitario y pedagógico gubernamental más mediático, que postulaba el fin de las dimensiones histórica e ideológica (Francis Fukuyama), y por lo tanto imaginaria, aplicando directamente a la educación la ecuación costo-beneficio económico. Un discurso mítico, castrador,
disciplinador, autoritario, paralizante, a contramano del generado por una Universidad, unas normales rurales y una escuela popular definidas como centros de desarrollo de
la teoría, la crítica y la práctica transformadoras.
Como resultado de la ofensiva ideológica neoliberal, las instituciones educativas han quedado sujetas a mediciones formales de evaluación de eficiencia similares a las de una empresa; sus profesores, investigadores y maestros sometidos a nociones de productividad y escalas salariales, en tanto que la noción de docencia pasó a estar motivada por su utilidad en el mercado y no en la libertad académica y la autonomía.
Como resultado del mercadeo en las universidades, hubo un retraimiento hacia la división
del trabajo interno, en particular hacia la especialización, y desapareció prácticamente
la crítica, que tendió a ser doctrinaria y falta de alternativas.
La utilización generalizada de la idea de crisis de paradigmas, llevó a un abandono de los modelos analíticos generales y afloró el posmodernismo, con las consecuencias señaladas por Perry Anderson11 (recuperadas por Emir Sader):12 estructuras sin historia, historia sin sujeto, teorías sin verdad, un verdadero suicidio de la teoría y de cualquier intento de explicación racional del mundo y de las relaciones sociales.
Todo ello, en detrimento de un proyecto cultural y de educación pública, laica, gratuita,
científica, humanista, universal; un proyecto alternativo al modelo hegemónico de “excelencia” y comprometido con la sociedad mayoritaria, es decir, la conformada por cientos de miles de maestros, estudiantes y padres de educandos que viven en los estados con mayor pobreza, marginación y violencia, muy lejos de los enclaves de prosperidad urbanizados.
Hoy, ante la ausencia de una idea de sociedad y de vida social civilizada, por ley, según
mandata la Constitución, la escuela pública debería servir para formar mujeres y hombres con compromiso social, cultos, libres, con pensamiento crítico y humanista, y conocimientos científicos y tecnológicos sólidos y actualizados, que contribuyan a construir
una sociedad educada, equitativa y solidaria. Por eso, como dice John Ackerman, “un maestro es más útil que un soldado para fomentar el desarrollo social”.13
Frente a la filosofía del mercado y el socialdarwinismo neoliberal que preconiza el derecho natural al éxito del más apto en un mundo lobo; ante los modelos vitalistas o
biologicistas14 que han propagado, naturalizado y normalizado los atributos del caos, la
violencia y el terror sin límites en una “guerra” cotidiana donde prevalece la ley de la
selva y el hombre es el enemigo del hombre, la propuesta cultural, educativa, científica,
autonómica de los maestros de la CNTE es brindar a los niños y jóvenes un conocimiento
socialmente útil; una formación sólida, amplia, avanzada; dotarlos de capacidad para razonar, criticar, analizar y decodificar los usos y abusos del poder y su propaganda, sus mitos, falacias, tabúes, estereotipos y obsesiones; ayudarlos a forjar una voluntad férrea para trabajar por una sociedad más justa, fraterna, solidaria, diversa, donde todos quepan. Por eso son tan incómodos al sistema la CNTE y la CETEG.
Por lógica, lo anterior se opone a un concepto de escolarización que tiene como único propósito “saber para subir” (Gabriel Said), así como al concepto de educaciónmercancía
que, como señala Domingo Argüelles, brinda “paquetes de conocimiento”,
certificados luego por un título o un diploma como prueba irrefutable de “saber”.15
Con el agravante, de que bajo la tecnocracia gobernante, ya ni los títulos ni los diplomas
sirven para que los estudiantes puedan conseguir trabajo y salir de la pobreza.
En rigor, a la visión eficientista de la educación no les interesa las personas y menos la formación de ciudadanos críticos. Impulsan una “educación domesticadora”
(Paulo Freire), deshumanizada, alienante y tecnocrática que produce personas bien
adiestradas y adoctrinadas para hacer lo que hay que hacer sin originalidad y sin iniciativa.
Pero sobre todo, sin chistar, como en un cuartel. En ese sentido, la escuela y la universidad siguen siendo instrumentos de control social, diseñadas para cerrar el paso a la rebeldía creadora y la búsqueda de alternativas transformadoras.
En una perspectiva histórica, más allá de la dictadura de los “papeles” (de las calificaciones, los créditos, grados académicos, cédulas o títulos profesionales y diplomas),
de procesos meritocráticos y clasistas, y de la búsqueda de certificados burocráticos o comerciales de productividad, calidad, evaluación y eficiencia,16 se trata de formar
jóvenes comprometidos con la verdad, para que puedan contribuir en la práctica a solucionar los problemas de la realidad. No obstante, es frecuente una confusión dañina
entre las funciones de educar y certificar, y la imposición del valor de las certificaciones
sobre el del conocimiento mismo.
El resultado ha sido un grave deterioro de la calidad de la educación y la imposibilidad
de hacer del conocimiento el elemento de cohesión de la comunidad magisterial
y académica.
La educación verdadera, enseñaba Paulo Freire, es praxis, reflexión y acción del hombre
sobre el mundo para transformarlo. En una época de barbarie y caos como la que nos toca
vivir, en que se menosprecia de tantas formas el ministerio de la palabra humana y se
hace de ella, máscara para los opresores y trampa para los oprimidos, educar significa
ruptura, cambio, transformación total. Una sociedad inteligente, más informada y culta,
se deja manipular menos por el poder y tiene más capacidades de autonomía.
Pero nadie dice la palabra solo. Decirla, significa decirla para otros. Por eso la educación
es diálogo. De allí que el uruguayo Julio Barreiro no hablara de una “educación dialogal”, tan opuesta a los esquemas del liberalismo autoritario dominante. A su vez, la tarea de educar es auténticamente humanista en la medida en que procure la integración del individuo a su realidad nacional, regional y local. En la medida en que pierda el miedo a la libertad.
Educar es sinónimo de concientizar. Una concientización entendida como un proceso de liberación o despertar de la conciencia, y no como sinónimo de ideologizar o de proponer consignas, slogans o nuevos esquemas mentales, que le harían pasar al estudiante de una forma de conciencia oprimida a otra. Una auténtica escuela con sentido popular no debe buscar la uniformidad. Por el contrario, debe fomentar la diversidad, la discusión y el diálogo; para eso se garantizan la autonomía y las libertades de cátedra e investigación, no para abrir espacios al adoctrinamiento y la manipulación.
Allí radica, pues, la disputa por la enseñanza básica, media y superior, entre quienes
aspiran profundizar la construcción de una educación y una ciencia liberadoras, emancipatorias, contra-hegemónicas —la educación como práctica de la libertad—, y quienes de manera vertical y autoritaria, con métodos represivos y porriles, manejando la
enseñanza de manera corporativa y burocrática, quieren impulsar una contrarreforma para desmantelar y privatizar la educación pública.
Otra batalla asimétrica es la que se libra en los medios de difusión masiva bajo control
corporativo privado. Maniqueo el discurso, mediante campañas de intoxicación
propagandística, los “comunicadores” de algunos multimedia se han puesto a defender
los intereses de sus propietarios y de la plutocracia; del poder real. Incapaces para el
análisis, histéricos, inquisidores, y despreciando los más limpios valores y principios
deontológicos del periodismo, actúan como policías del pensamiento.
Como repetidores de la verdad oficial, invocan la “razón” de Estado, y mientras calumnian, estigmatizan y pretenden animalizar a los maestros, exigen mano dura; la
aplicación del garrote y cárcel para los “vándalos”, los “revoltosos” y los “vociferantes”.
En sus noticieros repiten “ad náusea” —diría Carlos Monsiváis— imágenes verbalizadas
y editorializadas (como los enfrentamientos en la Autopista del Sol entre los federales de Mondragón y el comandante Espartaco y miembros de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación de Guerrero), con la intención encubierta de generar un clima de linchamiento y asfixia progresiva en contra de los educadores, a quienes señalan como culpables de la catástrofe educativa nacional. Buscan convertir un problema social en un asunto penal.
En la era de la cultura global y la tiranía de la comunicación, la estandarización y la repetición de la mentira que se hace verdad —fórmula consustancial a todo Estado
autoritario—, busca que el receptor interiorice de manera subconsciente el glosario del poder. En general, el tele-espectador no se da cuenta y acepta de manera pasiva las categorías del régimen. Como dice Noam Chomsky, a través de la manipulación del lenguaje, la propaganda desarma a la gente y la inhibe en su capacidad de ejercer la
crítica. Así, nada parece importante, y eso desarrolla el conformismo y la indiferencia y
estimula el escepticismo. La dictadura de la televisión no deja que nadie se forme una
opinión propia; para que todos asuman como opinión propia y reproduzcan con convicción
el producto doctrinario de los medios, que se convierte así en la opinión pública
homosintonizada, única y omniexcluyente. Se trata de evitar que se reflexione sobre lo
esencial a partir de la información.
Como en otros pasajes de la historia mexicana reciente, la resistencia magisterial a la contrarreforma educativa de Peña y la OCDE, exhibe la verdadera cara de los medios masivos y sus asalariados. El rostro de la indignidad intelectual, el del odio a la inteligencia, a la información, al libre examen, a la educación y la cultura populares. Y
es un reflejo del verdadero rostro del sistema de dominación clasista.
Cual policías del pensamiento único disciplinador y domesticador, la jauría “informativista”
de los medios corporativos privados está desatada. Con fruición desbordada clama por la mano dura y el garrote. Engolados “comunicadores”, histriónicos campeones de la trivialidad, histéricos del ratings, bombardean a la población con estereotipos, eslóganes y clichés maniqueos. Invocan el Estado de derecho; la ley y el orden, y piden cárcel contra quienes protestan contra una mal llamada reforma educativa, ya que según dice el diccionario, reforma significa “proyecto o ejecución de algo que proporciona mejoras o innovaciones a una cosa”, y la actual es una contrarreforma autoritaria, como se ha dicho, producto de una acuerdo cupular de la partidocracia ideada para mantener la violencia estructural, generada desde arriba.
Subsumido en las campañas de intoxicación propagandística, aflora el manido repertorio
de odio clasista de quienes sirven a los que mandan. Al cacerolismo mediático y el linchamiento exponencial de maestros normalistas y jóvenes universitarios, se suma la llamada a la violencia represiva del Estado contra los “vándalos”, las “hordas”, la “turba”, los “conspiradores enmascarados” y el “salvajismo” del otro, el disidente, el que se resiste a ser amaestrado y no renuncia al pensamiento crítico liberador.
Presionan para que reaparezca el rostro colérico diazordacista del muñeco telegénico de
Televisa y los poderes fácticos, Enrique Peña, el que mostró con los asesinatos y las
violaciones sexuales tumultuarias de Atenco, y la represión-escarmiento inaugural de
su mandato, el 1o. de diciembre de 2012 en la Ciudad de México.
En la coyuntura, los amanuenses del sistema buscan erigir a maestros y estudiantes
disidentes en el nuevo “enemigo interno”. Un enemigo o villano a destruir, a aniquilar.
La vieja educación humanista y con alto contenido social en un país de pobres y analfabetas no corresponde a las nuevas necesidades de la dominación capitalista. Por eso,
un objetivo clave de la contrarreforma educativa es acabar con el papel histórico de los
maestros en las luchas sociales del México olvidado.
Al encubrir las causas que generaron el actual conflicto político-ideológico en el sector educativo nacional, los medios presentan una caricatura de la realidad.
Manipulan, distorsionan, simulan. Los cultores del ditirambo del poder amplifican el discurso esquizoide del gobierno y arremeten contra los mentores y estudiantes de la
enseñanza básica, media y superior, que han salido a las calles a protestar contra la
imposición de una contrarreforma educativa elitista y excluyente, que busca fabricar
jóvenes eficientes y conformistas para el mercado total; que luchan contra la mercantilización de la enseñanza pública, básica y superior; contra la universidad-empresa, el capitalismo académico, la educación electrónica y el sindicalismo charro corrupto y corruptor.
Junto a la estigmatización del otro a doblegar, la ideología despolitizadora de la comunicación total reproduce matrices de opinión que refuerzan los intereses corporativos.
Entrenada para divulgar una realidad virtual, ahistórica y sin memoria, la prensa
mercenaria condiciona y modela a sus audiencias, arreglando sus “noticias” y comentarios
editoriales conforme a criterios políticos facciosos que no cumplen con los estándares
mínimos, éticos y legales que garanticen un buen equilibrio entre la libertad de
expresión y el derecho a la información.
corporativo privado. Maniqueo el discurso, mediante campañas de intoxicación
propagandística, los “comunicadores” de algunos multimedia se han puesto a defender
los intereses de sus propietarios y de la plutocracia; del poder real. Incapaces para el
análisis, histéricos, inquisidores, y despreciando los más limpios valores y principios
deontológicos del periodismo, actúan como policías del pensamiento.
Como repetidores de la verdad oficial, invocan la “razón” de Estado, y mientras calumnian, estigmatizan y pretenden animalizar a los maestros, exigen mano dura; la
aplicación del garrote y cárcel para los “vándalos”, los “revoltosos” y los “vociferantes”.
En sus noticieros repiten “ad náusea” —diría Carlos Monsiváis— imágenes verbalizadas
y editorializadas (como los enfrentamientos en la Autopista del Sol entre los federales de Mondragón y el comandante Espartaco y miembros de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación de Guerrero), con la intención encubierta de generar un clima de linchamiento y asfixia progresiva en contra de los educadores, a quienes señalan como culpables de la catástrofe educativa nacional. Buscan convertir un problema social en un asunto penal.
En la era de la cultura global y la tiranía de la comunicación, la estandarización y la repetición de la mentira que se hace verdad —fórmula consustancial a todo Estado
autoritario—, busca que el receptor interiorice de manera subconsciente el glosario del poder. En general, el tele-espectador no se da cuenta y acepta de manera pasiva las categorías del régimen. Como dice Noam Chomsky, a través de la manipulación del lenguaje, la propaganda desarma a la gente y la inhibe en su capacidad de ejercer la
crítica. Así, nada parece importante, y eso desarrolla el conformismo y la indiferencia y
estimula el escepticismo. La dictadura de la televisión no deja que nadie se forme una
opinión propia; para que todos asuman como opinión propia y reproduzcan con convicción
el producto doctrinario de los medios, que se convierte así en la opinión pública
homosintonizada, única y omniexcluyente. Se trata de evitar que se reflexione sobre lo
esencial a partir de la información.
Como en otros pasajes de la historia mexicana reciente, la resistencia magisterial a la contrarreforma educativa de Peña y la OCDE, exhibe la verdadera cara de los medios masivos y sus asalariados. El rostro de la indignidad intelectual, el del odio a la inteligencia, a la información, al libre examen, a la educación y la cultura populares. Y
es un reflejo del verdadero rostro del sistema de dominación clasista.
Cual policías del pensamiento único disciplinador y domesticador, la jauría “informativista”
de los medios corporativos privados está desatada. Con fruición desbordada clama por la mano dura y el garrote. Engolados “comunicadores”, histriónicos campeones de la trivialidad, histéricos del ratings, bombardean a la población con estereotipos, eslóganes y clichés maniqueos. Invocan el Estado de derecho; la ley y el orden, y piden cárcel contra quienes protestan contra una mal llamada reforma educativa, ya que según dice el diccionario, reforma significa “proyecto o ejecución de algo que proporciona mejoras o innovaciones a una cosa”, y la actual es una contrarreforma autoritaria, como se ha dicho, producto de una acuerdo cupular de la partidocracia ideada para mantener la violencia estructural, generada desde arriba.
Subsumido en las campañas de intoxicación propagandística, aflora el manido repertorio
de odio clasista de quienes sirven a los que mandan. Al cacerolismo mediático y el linchamiento exponencial de maestros normalistas y jóvenes universitarios, se suma la llamada a la violencia represiva del Estado contra los “vándalos”, las “hordas”, la “turba”, los “conspiradores enmascarados” y el “salvajismo” del otro, el disidente, el que se resiste a ser amaestrado y no renuncia al pensamiento crítico liberador.
Presionan para que reaparezca el rostro colérico diazordacista del muñeco telegénico de
Televisa y los poderes fácticos, Enrique Peña, el que mostró con los asesinatos y las
violaciones sexuales tumultuarias de Atenco, y la represión-escarmiento inaugural de
su mandato, el 1o. de diciembre de 2012 en la Ciudad de México.
En la coyuntura, los amanuenses del sistema buscan erigir a maestros y estudiantes
disidentes en el nuevo “enemigo interno”. Un enemigo o villano a destruir, a aniquilar.
La vieja educación humanista y con alto contenido social en un país de pobres y analfabetas no corresponde a las nuevas necesidades de la dominación capitalista. Por eso,
un objetivo clave de la contrarreforma educativa es acabar con el papel histórico de los
maestros en las luchas sociales del México olvidado.
Al encubrir las causas que generaron el actual conflicto político-ideológico en el sector educativo nacional, los medios presentan una caricatura de la realidad.
Manipulan, distorsionan, simulan. Los cultores del ditirambo del poder amplifican el discurso esquizoide del gobierno y arremeten contra los mentores y estudiantes de la
enseñanza básica, media y superior, que han salido a las calles a protestar contra la
imposición de una contrarreforma educativa elitista y excluyente, que busca fabricar
jóvenes eficientes y conformistas para el mercado total; que luchan contra la mercantilización de la enseñanza pública, básica y superior; contra la universidad-empresa, el capitalismo académico, la educación electrónica y el sindicalismo charro corrupto y corruptor.
Junto a la estigmatización del otro a doblegar, la ideología despolitizadora de la comunicación total reproduce matrices de opinión que refuerzan los intereses corporativos.
Entrenada para divulgar una realidad virtual, ahistórica y sin memoria, la prensa
mercenaria condiciona y modela a sus audiencias, arreglando sus “noticias” y comentarios
editoriales conforme a criterios políticos facciosos que no cumplen con los estándares
mínimos, éticos y legales que garanticen un buen equilibrio entre la libertad de
expresión y el derecho a la información.
El presentador vedette, el hombre-ancla, el editorialista patriotero de la prensa escrita, radial y televisiva repite a coro las palabritas de importación de moda, vía la OCDE: hay que “examinar” y “evaluar” a los maestros. Algunos, los más “ilustrados” −hay muchos payasos y chimpancés en la prensa nativa diría Sartori− saben que los exámenes y la evaluación no son simples procedimientos técnicos y, sobre todo, que no son neutrales. Saben que se usan para impulsar un modelo determinado de educación.
Pero demagógicamente engañan a sus auditorios; para eso les pagan los dueños de las empresas, sus anunciantes y patrocinadores. Ocultan que los maestros proponen una educación distinta, de abajo hacia arriba, horizontal, desde las propias escuelas y
comunidades.
Por un carril paralelo, la manufacturación de un “enemigo interno” (hoy los maestros
y estudiantes disidentes) tiene que ver con la construcción social del miedo. El Estado decide quién es el enemigo, y al ser ubicado como tal un individuo o grupo de individuos son colocados “fuera de la ley”. Al negársele al enemigo la calidad de hombre o mujer, de persona, se transforma en algo más bien parecido a un monstruo o una bestia. Un ser limítrofe. Una “vida desnuda” (Agamben) que se encuentra fuera de la ley y de la humanidad, y con la cual no hay acuerdo posible, al que se debe derrotar incluso mediante la coacción física y la tortura y/o eliminar. Una vida de la que se puede disponer libremente al punto de que se le puede dar muerte sin que sea necesario cumplir con los procedimientos legales instituidos y sin que ello constituya un homicidio. Ocurrió durante la pasada “guerra” de Felipe Calderón y está en fase de “calentamiento” en el arranque del peñismo, el “nuevo PRI” y los pactistas paleros.
Si se ha demorado, tiene que ver con la lucha de los maestros aquí en Guerrero. Pero como saben, ya los empiezan a señalar como “narco-guerrilleros” y asoma el rostro
represivo del nuevo-viejo régimen.
Como dice el penalista Raúl E. Zaffaroni, “el enemigo es una construcción tendencialmente
estructural del discurso legitimante del poder punitivo”. Sólo que la noción de enemigo no se limita a la imagen extrema encarnada por el disidente de turno, sino que abarca a amplios sectores de la población que no optan por jugar en los opuestos y se mantienen pasivos.
Las contrarreformas “estructurales” del gran capital (las impuestas y las que vienen),
tienen una fase represiva paralela dirigida contra todo tipo de resistencia a los valores promovidos oficialmente o a aquellos considerados “normales”, lo que de manera
automática ubica en el campo de la disidencia al que protesta, pero que también abarca al que “no se mete”, al espectador neutral, conformista, alienado, y que tarde o temprano, a través de las formas encubiertas de la guerra psicológica en curso, también terminará siendo blanco de la acción punitiva del Estado. La lógica del poder es implacable: Se basa en un razonamiento de suma cero, según el cual lo que beneficia al enemigo, erosiona o destruye al régimen de dominación clasista.
De allí, compañeros, que no quede más camino que la lucha, que la movilización.
El gobierno busca ganar tiempo, dividir el movimiento, de allí que, ahora, viene la parte más difícil: qué sigue; se ha ganado una batalla, pero la lucha continúa, compañeros. ¡Y DE ESTOS FOROS AL REFERÉNDUM NACIONAL!
Pero demagógicamente engañan a sus auditorios; para eso les pagan los dueños de las empresas, sus anunciantes y patrocinadores. Ocultan que los maestros proponen una educación distinta, de abajo hacia arriba, horizontal, desde las propias escuelas y
comunidades.
Por un carril paralelo, la manufacturación de un “enemigo interno” (hoy los maestros
y estudiantes disidentes) tiene que ver con la construcción social del miedo. El Estado decide quién es el enemigo, y al ser ubicado como tal un individuo o grupo de individuos son colocados “fuera de la ley”. Al negársele al enemigo la calidad de hombre o mujer, de persona, se transforma en algo más bien parecido a un monstruo o una bestia. Un ser limítrofe. Una “vida desnuda” (Agamben) que se encuentra fuera de la ley y de la humanidad, y con la cual no hay acuerdo posible, al que se debe derrotar incluso mediante la coacción física y la tortura y/o eliminar. Una vida de la que se puede disponer libremente al punto de que se le puede dar muerte sin que sea necesario cumplir con los procedimientos legales instituidos y sin que ello constituya un homicidio. Ocurrió durante la pasada “guerra” de Felipe Calderón y está en fase de “calentamiento” en el arranque del peñismo, el “nuevo PRI” y los pactistas paleros.
Si se ha demorado, tiene que ver con la lucha de los maestros aquí en Guerrero. Pero como saben, ya los empiezan a señalar como “narco-guerrilleros” y asoma el rostro
represivo del nuevo-viejo régimen.
Como dice el penalista Raúl E. Zaffaroni, “el enemigo es una construcción tendencialmente
estructural del discurso legitimante del poder punitivo”. Sólo que la noción de enemigo no se limita a la imagen extrema encarnada por el disidente de turno, sino que abarca a amplios sectores de la población que no optan por jugar en los opuestos y se mantienen pasivos.
Las contrarreformas “estructurales” del gran capital (las impuestas y las que vienen),
tienen una fase represiva paralela dirigida contra todo tipo de resistencia a los valores promovidos oficialmente o a aquellos considerados “normales”, lo que de manera
automática ubica en el campo de la disidencia al que protesta, pero que también abarca al que “no se mete”, al espectador neutral, conformista, alienado, y que tarde o temprano, a través de las formas encubiertas de la guerra psicológica en curso, también terminará siendo blanco de la acción punitiva del Estado. La lógica del poder es implacable: Se basa en un razonamiento de suma cero, según el cual lo que beneficia al enemigo, erosiona o destruye al régimen de dominación clasista.
De allí, compañeros, que no quede más camino que la lucha, que la movilización.
El gobierno busca ganar tiempo, dividir el movimiento, de allí que, ahora, viene la parte más difícil: qué sigue; se ha ganado una batalla, pero la lucha continúa, compañeros. ¡Y DE ESTOS FOROS AL REFERÉNDUM NACIONAL!
1 Ponencia presentada en el Foro Ceteg / Gobernación, Acapulco, 7 de junio de 2013
2 Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM
2 Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM
3 Rosa Elvira Vargas, “Asume Peña la responsabilidad del desalojo: ‘La ley no se negocia´.” La Jornada,
7 de abril de 2013.
4 Rosa Elvira Vargas y José Antonio Román, “No hay privatización. Los derechos del magisterio están
a salvo, afirma Peña Nieto”. La Jornada, 16 de mayo de 2013.
5 Ver Ariadna García, “Minoría complica la reforma: Osorio”, El Universal, y Lorena López et al, “Hay
límites, dice Segob a maestros de Guerrero”. Diario Milenio, 13 de abril de 2013.
6 “Mondragón: ‘no vamos a tolerar más bloqueos’.” Redacción de Milenio, 12 de abril de 2013.
7 de abril de 2013.
4 Rosa Elvira Vargas y José Antonio Román, “No hay privatización. Los derechos del magisterio están
a salvo, afirma Peña Nieto”. La Jornada, 16 de mayo de 2013.
5 Ver Ariadna García, “Minoría complica la reforma: Osorio”, El Universal, y Lorena López et al, “Hay
límites, dice Segob a maestros de Guerrero”. Diario Milenio, 13 de abril de 2013.
6 “Mondragón: ‘no vamos a tolerar más bloqueos’.” Redacción de Milenio, 12 de abril de 2013.
7 Francisco Arancibia, octubre de 1970.
8 Ver Laura Poy y Ariane Díaz, “Modelo de evaluación centralista condenará al INEE al fracaso, advierte
Hugo Aboites”, y Laura Poy, “La prueba Enlace, instrumento que no sirve para hacer diagnósticos:
Aboites”, La Jornada, 13 de abril y 17 de abril de 2013, respectivamente.
Hugo Aboites”, y Laura Poy, “La prueba Enlace, instrumento que no sirve para hacer diagnósticos:
Aboites”, La Jornada, 13 de abril y 17 de abril de 2013, respectivamente.
9 La expresión “analfabeta científico” fue utilizada por el doctor Marcelino Cereijido, Premio Nacional
de Ciencias, Investigador Emérito del CINVESTAV y del Sistema Nacional de Investigadores y divulgador
científico, en “Por qué no firmo una carta más a favor de la rectora Esther Orozco”, afiche mural
fechado el 23 de abril de 2011 y colocado con gran profusión, por rectoría, en las paredes de la UACM,
plantel del Valle.
10 La expresión “narcoguerrilleros” fue utilizada por el gobernador de Morelos, Graco Ramírez, cuando
apremió al secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong a actuar “con firmeza y sin titubeos”
contra los integrantes del Movimiento Popular de Guerrero (MPG), con el argumento de que
detrás de ellos hay “narcoguerrilleros”. Ver Rubicela Morelos Cruz, La Jornada, 30 de abril de 2013.
11 Perry Anderson, “El pensamiento tibio: una mirada crítica sobre la cultura francesa”. En Crítica y
emancipación. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, CLACSO, Buenos Aires, junio de 2008.
12 Emir Sader, “El desafío teórico de la izquierda latinoamericana”. Cuadernos del Pensamiento Crítico
Latinoamericano, CLACSO, 22 de septiembre de 2009.
de Ciencias, Investigador Emérito del CINVESTAV y del Sistema Nacional de Investigadores y divulgador
científico, en “Por qué no firmo una carta más a favor de la rectora Esther Orozco”, afiche mural
fechado el 23 de abril de 2011 y colocado con gran profusión, por rectoría, en las paredes de la UACM,
plantel del Valle.
10 La expresión “narcoguerrilleros” fue utilizada por el gobernador de Morelos, Graco Ramírez, cuando
apremió al secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong a actuar “con firmeza y sin titubeos”
contra los integrantes del Movimiento Popular de Guerrero (MPG), con el argumento de que
detrás de ellos hay “narcoguerrilleros”. Ver Rubicela Morelos Cruz, La Jornada, 30 de abril de 2013.
11 Perry Anderson, “El pensamiento tibio: una mirada crítica sobre la cultura francesa”. En Crítica y
emancipación. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, CLACSO, Buenos Aires, junio de 2008.
12 Emir Sader, “El desafío teórico de la izquierda latinoamericana”. Cuadernos del Pensamiento Crítico
Latinoamericano, CLACSO, 22 de septiembre de 2009.
13 John Ackerman, “Con los maestros”, La Jornada, 15 de abril de 2013.
14 Cabe recordar que las ideologías y doctrinas sustentadas en bases seudocientíficas (biologismo, eugenesia,
darwinismo social) no sólo cautivaron y siguen cautivando a filósofos, médicos y sociólogos. Incluso,
en asuntos de derecho penal, los delitos sociales también suelen ser vistos como “enfermedades”.
15 Ver Jorge Medina Viedas, “El pensamiento crítico en desuso: Juan Domingo Argüelles”. Milenio
Campus, México, 19 de mayo de 2011.
14 Cabe recordar que las ideologías y doctrinas sustentadas en bases seudocientíficas (biologismo, eugenesia,
darwinismo social) no sólo cautivaron y siguen cautivando a filósofos, médicos y sociólogos. Incluso,
en asuntos de derecho penal, los delitos sociales también suelen ser vistos como “enfermedades”.
15 Ver Jorge Medina Viedas, “El pensamiento crítico en desuso: Juan Domingo Argüelles”. Milenio
Campus, México, 19 de mayo de 2011.
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